WASHINGTON - Senador por más de tres décadas, exvicepresidente y "amigo" de Barack Obama (2009-2017), Joe Biden, se presenta como el cóctel perfecto de experiencia, cercanía y moderación para poner fin al controvertido mandato de Donald Trump, pero ha salido perdedor en las primarias de New Hampshire y los caucus de Iowa y Nevada.
"No lo voy a dulcificar. Fue un golpe en el estómago", reconoció Biden, considerado hasta hace poco como el favorito para la nominación demócrata.
"El mundo se está riendo del presidente Trump. Lo ven como lo que realmente es: un peligroso incompetente e incapaz de liderar al mundo", señaló en un reciente acto de campaña en Iowa, donde arrancaron las primarias demócratas de cara a la elección presidencial de noviembre de 2020.
Biden, de 77 años, esgrime con insistencia sus ocho años al lado de su "amigo" Barack Obama en la Casa Blanca como la guinda a una dilatada trayectoria política en el Senado de Estados Unidos (1973-2009).
Suele recordar, además, sus orígenes humildes en Scranton, Penssylvania -su padre era vendedor de automóviles-, en pleno corazón del cinturón industrial que en 2016 dio la espalda a los demócratas y se decantó por Trump.
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Puede apelar, por ello, a dos sectores demográficos que serán claves en las elecciones de 2020: la comunidad afroamericana y los votantes blancos de clase trabajadora, cuya confluencia permitieron las holgadas victorias del demócrata Obama en 2008 y 2012.
En las primarias progresistas deberá hacer frente a un adversario interno insospechado hace apenas una década: el fulgurante ascenso del ala más izquierdista dentro del partido encarnado por los senadores Bernie Sanders y Elizabeth Warren.
Estos acusan al exvicepresidente de carecer de la valentía suficiente para enfrentarse a los poderes establecidos, como el financiero de Wall Street, y de no querer llevar a cabo los cambios estructurales que requiere el país.
Recientemente, la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, una de las estrellas progresistas en ascenso y que hace campaña por Sanders, reconocía la creciente grieta en el seno de los demócratas al asegurar que "en cualquier otro país sería impensable que Biden y ella estuviesen en el mismo partido político".
El exvicepresidente, por su parte, se ha encargado de reforzar su imagen de pragmático moderado, en contraste con la ambiciosa propuesta de Sanders de implementar un sistema de sanidad universal en Estados Unidos.
"Unos dicen que no saben cuánto va a costar, otros que más de $60,000 millones en los próximos 10 años, lo que supone más que doblar todo el gasto federal, con la explicación de que más tarde expondrán cómo van a pagar por ello", apuntó el Biden en un encuentro con seguidores la semana pasada.
"Creo que están metiendo un miedo del demonio a la gente", agregó.
Su carisma es otro de sus puntos fuertes, algo que demuestra en sus cálidas y espontáneas interacciones con los ciudadanos, y que le ha permitido llevar a su favor una de sus principales marcas de la casa: sus frecuentes meteduras de pata verbales.
"Soy una máquina de pifias. Pero, por Dios, qué cosa maravillosa comparada con un tipo que no puede decir la verdad", ironizó a finales del pasado año al compararse con Trump.
En los últimos meses, junto a su hijo Hunter, se ha convertido en uno de los focos de la opinión pública en EEUU después de que una llamada telefónica en julio entre Trump y su homólogo de Ucrania, Volodímir Zelenski, en la que le pidió abrir pesquisas contra los Biden por presunta corrupción en el país europeo llevase al gobernante a un juicio político del que ha sido absuelto.
El exvicepresidente también ha espoleado cambios que ahora enorgullecen a su partido: en 2012, afirmó que se encontraba "absolutamente cómodo" con el matrimonio homosexual, lo que forzó a Obama a acelerar su apoyo explícito a esas uniones y contribuyó a su legalización final por parte del Tribunal Supremo en 2015.