El mes de ramadán que comienza este fin de semana será radicalmente distinto, sin visitas familiares ni rezos masivos en la mezquita, y sin la animación callejera que caracteriza este periodo especial para todos los musulmanes.
"Jamás en la historia del islam se ha vivido algo similar, ni en la extensión geográfica de las medidas de confinamiento ni en su carácter organizado, pues en el pasado solo algunas epidemias muy localizadas habían obligado a encerrar a la población durante el mes sagrado", dice a Efe el historiador marroquí Nabil Mouline.
El ramadán es en su esencia un mes de ayuno y oración, pero es también un periodo en el que cambian las costumbres sociales, multiplicándose las reuniones familiares y de amigos, así como las salidas a la calle y a la mezquita.
Toda esta dimensión social va a desaparecer por las restricciones impuestas a causa del coronavirus.
El ramadán es uno de los cinco pilares del islam, y solo se exime del ayuno a los niños, las embarazadas y los enfermos. En los pasados días muchas voces se han preguntado por la situación nueva que plantea el coronavirus, pero los diferentes teólogos que se han pronunciado, en Turquía, Egipto o Irak han sido tajantes: solo los enfermos pueden saltarse el ayuno.
"El miedo a la infección del virus no autoriza al incumplimiento a menos que la persona apoye su demanda en un informe médico que indique que puede caer enferma -indicó la pasada semana en una fetua la Unión Internacional de Ulemas Musulmanes-; No está permitido al musulmán saltarse el ayuno por la pandemia".
La COVID-19 ya ha hecho tambalearse uno de los pilares del islam, como es la oración colectiva, con las mezquitas cerradas en todo el orbe islámico, y amenaza otro de sus pilares, la peregrinación a La Meca, prevista a fines de julio y donde cada año se dan cita dos millones de personas.
Por ello la obligación del ayuno se mantiene este año a rajatabla, aunque las privaciones no vengan compensadas con el lado festivo que tienen siempre las noches del ramadán.
El ramadán es principalmente un tiempo de reencuentros familiares: a lo largo del mes se visita a padres o hijos, unos hermanos invitan a otros y son habituales las grandes mesas redondas donde se reúnen todas las edades para romper juntos el ayuno.
El confinamiento, vigente desde hace un mes en casi todo el mundo musulmán, va a obligar a que este año el "iftar" (la primera comida del día, con la puesta del sol) se practique solo junto a la familia nuclear.
"Es como si desapareciese una marca nuestra: la hospitalidad", dice el sociólogo Ali Chaabani, quien cree por otro lado que el choque no será tan grande porque los fieles ya han tenido ocasión de hacerse a la idea después de pasar un mes encerrados en sus casas junto a los suyos.
Sin embargo, hay un aspecto específico ligado al ramadán que es la tensión y la irritabilidad que provoca el ayuno -de comida, bebida y tabaco-, y que en Marruecos recibe el nombre de "tremdina".
Para Rachid Jarmouni, profesor de Sociología de las Religiones en la Universidad Moulay Ismail de Meknés, la "tremdina" encontraba su escapatoria por la noche, en las salidas a la calle, por lo que el encierro dentro de las casas puede hacer explotar los casos de violencia.
Hay otra cuestión definitoria del ramadán, como es la oración del tarawih, que se realiza una hora después del "iftar" en la mezquita. La afluencia de miles de fieles es tal que desbordan los templos y ocupan avenidas enteras para escuchar a los mejores recitadores del Corán, contratados para la ocasión.
Salir a rezar el tarawih es para muchos musulmanes ingrediente esencial del ramadán: en la mezquita se encuentran con amigos porque, como en las demás religiones monoteístas, la oración individual no tiene en el islam el mismo valor que la colectiva.
La imagen de las mezquitas cerradas con llave y candado en estos días, mientras el almuédano llama a la oración ante las calles desiertas, anticipa lo que va a ser el tarawih este año: una triste alternativa en la televisión o el teléfono celular.
En Marruecos han aparecido unas guías para rezar el tarawih que circulan por Whatsapp, con indicación de cuántas aleyas del Corán deben recitarse hasta completar el libro sagrado a lo largo del mes, cada uno en su casa.
Pero este "tarawih casero", aunque teológicamente venga validado por los ulemas, no puede sustituir en modo alguno al templo: "En ramadán las mezquitas se transforman en residencia secundaria para aquellos que van a rezar, dormir o simplemente huir de las preocupaciones familiares o laborales", dice Jarmouni.
"Para otros -continúa-, es sencillamente un refugio, sobre todo los que no tienen trabajo, los que viven en casas minúsculas o los jubilados que no tienen dónde pasar el tiempo".
Las calles van a sufrir otro cambio radical este próximo ramadán: habitualmente repletas de compradores antes del iftar y de clientes de cafés o simples paseantes en las horas nocturnas, solo la Policía tendrá ahora derecho al paseo en busca de infractores.
En la medina de Rabat, que en otro año estaría rebosante de gente haciendo las compras del ramadán, las pocas tiendas abiertas ofrecen un aspecto desolador.
"¿Cómo quieres que nos sintamos con esas barreras de Policía controlando a todo el que entra en la medina?. Aquí puede pasar media hora sin que venga un solo comprador", se lamenta Abdelali mientras construye con cuidado una montañita de dátiles, el producto estrella del ramadán, a la espera de un cliente.
Igual desamparo viven las costureras y las tiendas de ropa: ramadán era para muchos su mejor mes del año, era el momento para estrenar ropa nueva, pero ahora ¿para quién vestirse?, ¿para quién peinarse?.
Hasta las obras de caridad inherentes al ramadán, como las "mesas de misericordia", donde particulares o asociaciones dan un iftar gratis a todos los necesitados, van a estar este año ausentes de las calles, condenando al hambre a muchos menesterosos.
"Va a ser el ramadán más triste que yo recuerde. Hasta los olores los voy a echar en falta", se lamenta Fátima rememorando tiempos mejores.